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lunes, 17 de agosto de 2009

¿Cómo desafiar al terrorismo desde el pueblo boliviano?

El Alto – Bolivia

¿Cómo desafiar al terrorismo desde el pueblo boliviano?


Por: José Quispe Vasquez (*)




El terrorismo es un enemigo despiadado de la actual transición boliviana y de los cambios que se materializan a pesar de todo, por lo que no sólo se le debe responder con pronunciamientos de repudio a su accionar y de solidaridad con las víctimas, lo cual es necesario, pero insuficiente. En tanto que pedir guardia pública o que ésta se redoble para proteger a los potenciales objetivos de aquel inhumano quehacer político, es una actitud defensiva a la que no debe conceder más espacio.

El Estado y el gobierno deben cumplir sus obligaciones para tutelar los derechos a la vida, a la seguridad, a la salud, al trabajo, a la libertad; los que han sido violados (el 12-VIII-09) de siete compatriotas, al parecer con miras políticas (mientras una investigación lo confirme o no), aunque ese desempeño terrorífico es a la vez una inocultable comisión criminal.

Asimismo, desde el pueblo es necesario enfrentar al terrorismo en los campos ideológico, político, social, cultural y democrático. ¿Cuáles las vías posibles para hacerlo?
En el terreno de las ideas, en el que hay necesidad de vencer el silencio o el insulto que se practican, los terroristas son cero a la izquierda. Esa bestia, que se escuda en el anonimato, tiene que ser descubierta ante la sociedad boliviana porque ni siquiera se atribuye sus acciones, aunque con ellas dé cuenta de que existe y por las que espera que hablen de ella , así sea en contra.

Los autores intelectuales de los actos terroristas (incluidos sus simpatizantes), nunca asumen defensa del terror. Lo que hacen es negar todo vínculo con esos crímenes y pretenden mostrarlos como hechos al margen de la política cotidiana. Esos voceros oficiosos del terror, sin embargo, piden que el gobierno no politice esas acciones porque tienen interés de que sean calificadas sólo como delitos.

Es que el terrorismo es indefendible con ideas y de cara al sol. Aunque existen defensores solapados suyos, ellos recurren a un verbo que distrae, dicen que el estallido de las cartas explosivas del miércoles de esta semana son el resultado de la lucha interna por el poder partidario en el MAS, afirman que el único terrorismo verbal es el del Presidente de la República, que únicamente se presume que esos hechos son terroristas o callan sobre ellos.

Sus autores, intelectuales y/o materiales, quizá tengan algún cargo de conciencia, pero eso serviría muy poco. Además, el arrepentimiento, para reincidir en un comportamiento similar, da como resultado terroristas cada vez más avezados, sobre todo si permanecen impunes.

Que las ideas del terrorismo, para defenderse, sean escasas o que no sean dichas abiertamente es una ventaja en favor de los que nos convencemos de que debemos derrotar aquella práctica política.

Si la política que sirve al pueblo, entre otras cosas, es reorganizar la vida de los bolivianos para “vivir bien”, esto implica construir y/o reconstruir; en cambio, el terrorismo es destrucción. Nuestra experiencia (y la de otros países también) confirma que el terror del que hablamos busca crear condiciones adecuadas para golpes de estado o salidas de fuerza para reproducir el viejo poder de los sectores sociales que fueron desplazados del gobierno y al menos parcialmente del Estado, como ocurre en la actual transición boliviana.
Cabe recordar que antes de los golpes de estado, encabezados por Hugo Banzer Suárez y Luis García Mesa Tejada, hubo acciones terroristas que acabaron con la vida de compatriotas.
Y el estallido de una carta-bomba segó la vida de los esposos Alexander porque el dueño y director del diario Hoy de La Paz (1969), Alfredo Alexander, según una investigación, se aprestaba a publicar una denuncia sobre un tráfico de armas con destino a Israel para lo que se habría involucrado al Estado boliviano.

El terrorismo, accionar político al que le importa nada los daños que ocasiona a la gente, tiene como misión cambiar una situación política, un gobierno o, cuando menos, ayudar a conseguir esos objetivos. Como demuestra la práctica, los terroristas suelen ser fascistas, neofascistas, ultraderechistas, nacionalistas extremos, y fanáticos.

Aquella forma cruel de la política descompone el tejido social o lo intenta. Es decir, intimida, desalienta, desorganiza, desune, despolitiza (o contribuye a eso). En ciertos sectores de la población (capas medias, por ejemplo) en vez de estimular siquiera la autodefensa, asegura la defensiva y ésta da paso a la neutralidad o al abandono de toda acción social. Ocurre, asimismo, que algunos actores sociales se rinden y se pasan al lado de los que promueven el terror.

En una sociedad en la que suceden cambios, vivir inseguros por culpa de los terroristas, es el resultado que ellos buscan. Al revés, los cambios que ocurren en Bolivia y vencen la resistencia, especialmente de la derecha y del imperio, deben generar bienestar material y espiritual y, con ello, facilitar la seguridad ciudadana.

En un país como el nuestro que vive y/o protagoniza una transición, la pregunta imprescindible es a quién o a quiénes sirven las acciones terroristas. Están a la vista los afectados, es decir, se conoce a sus víctimas.

Si admitimos que nuestra cultura está integrada por todo lo que somos capaces de producir los bolivianos, entre esa obra se debe contar a la democracia, pese a los límites de esta forma de gobierno, las acciones terroristas no sólo que perturban la convivencia democrática sino que pretenden sustituirla con una dictadura cuando menos parecida a cualquiera de las que resistimos y derrotamos, hablamos de las que se impusieron en Bolivia y en nuestra América.

Así se puede explicar el filo del terrorismo que es contrario a nuestra cultura y enemigo de la democracia. Por ello, para enfrentar esa barbarie, entre tantas otras, nuestra cultura debe ser un arma para aislarlo, enfrentarlo y buscar su derrota.

Guardando las distancias de espacio y tiempo, aquélla forma de la barbarie, cuyo rostro fiero otra vez lo vimos en La Paz y en Bolivia, es como dice el compañero Fidel, el comandante en jefe que reflexiona y escribe: “El terror fue siempre un instrumento de los peores enemigos de la humanidad para aplastar y reprimir la lucha de los pueblos por su liberación. No puede ser nunca instrumento de una causa verdaderamente noble y justa”.

A ese enemigo de nuestro pueblo y de los cambios ¿cómo más debemos enfrenar?
No se trata de librar batallas diferentes a las de todos los días. Algo ya se hace, como los pronunciamientos de rechazo que sirven para una toma de posición respecto de esa forma inhumana de la política, así como la solidaridad con las víctimas se suma al cuadro de denuncia de las fechorías de los terroristas.

Una vigilia en las puertas de un templo en Tarija fue otra protesta de la gente del pueblo contra ese enemigo que quizá una investigación establezca sus relaciones con organismos como la CIA, lo que se puede sospechar, de acuerdo a la historia conocida de aquella agencia.

Concentraciones, marchas, conversatorios, actividades académicas, reuniones estudiantiles, festivales musicales, investigaciones periodísticas y en el ámbito de las ciencias sociales, difusión de materiales (los más atractivos por su forma y por su contenido), elaboración de informes, alegatos jurídicos y políticos… Éstas y otras actividades de difusión de ideas, acciones sociales, políticas y culturales, otra vez, con el pueblo como protagonista de primera línea tienen que desplegarse, sin demora y sin nada que parezca a una actitud defensiva porque ante la barbarie cabe el despliegue de combatividad consciente, es decir, cada vez mejor organizada. Con los estudiosos y actores de la política de ayer y de hoy agregamos: contra el terrorismo es necesaria la lucha de masas, la fuerza de la masa, y nada de aventuras.

Nos figuramos actos gigantescas, como gigantesco es el proceso que debemos defender al mismo tiempo de enfrentar al terrorismo; seguir por el cauce de la consolidación de los cambios es una manera de avanzar y de rechazar la barbarie a la que urge desterrar; todo para profundizar las reformas avanzadas, que son nuestras en la misma medida de nuestro aporte para hacerlas realidad.

El inventario del terrorismo de estos últimos tres años y medio, referido por el Presidente de la República, tiene que convencernos de que aquél pretende quedarse en Bolivia con la carga explosiva suficiente como para tronchar vidas, provocar mutilaciones o servir como dispositivos favorables a un golpe de estado o a una guerra civil. Nada debe descartarse de parte del terrorismo que avisa que está en apronte. Por ello, además del quehacer sugerido para enfrentarlo, en territorio boliviano, tenemos que redoblar la guardia para ayudar a descubrirlo y vencerlo, en lo posible, antes de que estallen las bombas.
Periodista independiente (*)
vasquezprensa@gmail.com
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vasquepress@yahoo.com.au
djpercyvasquez@ymail.com
Foto:http://comunicas.org/


1 comentario:

  1. saludos
    el terrorismo es un cancer de la sociedad... ni duda cabe.
    Sin embargo, los procesos de investigacion de la mayor parte de los casos de terrorismo en Bolivia no fueron acabados...

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